Las vacaciones empezaron de la manera habitual: madrugón, el equipaje en el último minuto, ida a Fuengirola, fotomatón de urgencia para los visados, aeropuerto, check-in al límite y entrada triunfal al avión cuando ya está lleno. Tras un tranquilo vuelo y una espera de varias horas en el concurrido aeropuerto de Estambul donde recuperamos fuerzas con las degustaciones gratis de dulces locales fuimos a buscar la puerta de embarque. Nos sorprendió que el embarque era compartido entre nuestro vuelo a Ho Chi Minh y otro a Bangkok pero pensamos que tras mostrar la tarjeta de embarque el pasillo posterior se bifurcaría y nos separarían en dos aviones. El caso es que todas las tarjetas de embarque que lográbamos ver de reojo tenían impreso el destino Bangkok... Y no hubo o con la euforia del viaje no vimos la bifurcación y nos metimos derechitos al primer avión que pillamos. Una vez a bordo, como vimos gente que estábamos seguros iba a Bangkok empezamos a ponernos nerviosos, le preguntamos a una pareja, Bangkok, confirmaron. Es posible que hagamos escala allí pero no tengamos que bajarnos, sólo a dejar gente, sugerí. Hombre, esto no es un autobús, me respondió alguien. Vamos a preguntarle a una azafata y salimos de dudas. Y fue peor:
- Perdone, señorita, ¿este avión va a Bangkok?
- Sí.
- Pero es que nosotros vamos a Ho Chi Minh.
- ¿Perdón?
- Que nosotros vamos a Ho Chi Minh.
- ¿Cómo?
- Ho... Chi... Minh.
- Perdone, no le entiendo, ¿adónde?
- Vi-et-nam, Vi-et-nam.
Y entonces dejó de sonreír, se puso nerviosa y salió corriendo. Y claro, ya me puse nervioso yo, ¿a que es verdad que nos hemos equivocado y van a tener que sacarnos del avión y meternos en el otro a toda prisa? Y eso si el otro no se ha ido ya. Dos minutos después, otra azafata con más tablas nos explicó la situación, el avión aterriza en Bangkok para dejar a algunos pasajeros, recoger a otros y seguir hasta Saigón (el nombre antiguo de Ho Chi Minh), nosotros no tenemos que bajarnos y habrá además un relevo en la tripulación, por eso la chica de antes no sabía que el avión seguía volando una vez que ella se bajaba. Esta parada inesperada hace que el vuelo tarde unas 4 o 5 horas más de lo debido entre desviarse, aterrizar, soltar gente, limpiarlo, embarcar más pasajeros, despegar,... Con las ganas que teníamos de llegar.
Ya en el aeropuerto de Ho Chi Minh City o Saigón, como se prefiera, fuimos a conseguir nuestro visado con la invitación de entrada al país que habíamos tramitado días atrás. Otra hora perdida esperando el trámite. El aeropuerto se veía moderno y la gente también, más de lo que esperábamos, podríamos estar en cualquier otro país del mundo desarrollado, pero daba la sensación de haber un poco de desorganización entre el funcionariado... me he liado, podríamos estar en cualquier país del mundo desarrollado y punto. Después de una hora de papeleo al fin entramos en Vietnam, cambiamos dinero a buen precio, contratamos un taxi a coste fijo sin taxímetro por 400 000 dongs (unos 16 euros) y salimos volando del aeropuerto.
El trayecto al hotel fue divertidísimo. De repente nos vimos inmersos en un mar de ciclomotores que se movían por todos lados y en todas direcciones alrededor de los coches. Más motos juntas que las que había visto por separado en mi vida. Ciclomotores de todos los tipos y tamaños conducidos por gente de todas las edades y tamaños y totalmente ocupados por una, dos, tres ¡y hasta cuatro personas! Lo pasamos genial viendo cómo se movían de un lado a otro, cambiaban de carril, salían o entraban en los cruces, esquivaban a otros coches o motos... y todo sin usar los intermitentes, sólo el claxon, y sin reglas ni orden aparente.
Más tarde nos tocó a nosotros, como peatones, lidiar con el tráfico para ir a cenar, pero aprendimos pronto a movernos y cruzar las calles. Como no respetan los pasos de peatones ni los cruces ni casi los semáforos y en ningún momento se queda la calle vacía, el truco está en olvidarse de las motos y centrarse sólo en los coches. Una vez no vienen coches se empieza a cruzar en línea recta, con paso firme y sin dudar ni pararse, son las motos las que se van a preocupar de esquivarte a ti y en cuanto te ven varían su dirección para pasar sin tocarte. Si te paras o cambias bruscamente tu movimiento puedes liarlos y provocar entonces una caída o peor aún, que te atropellen.
Nos fuimos a los alrededores de Pham Ngu Lao, que habíamos leído era una buena zona para cenar, y acabamos cenando unos deliciosos noodles y tomando unas cervezas locales sentados en unos banquitos para niños pequeños y rodeados literalmente por jóvenes vietnamitas en una terraza abarrotada.
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