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domingo, 10 de diciembre de 2017

OCTAVO DÍA. El Ruido.


Cenaron a buena hora, de buena gana, acostumbrados a los tardíos y frenéticos horarios que las viejas ciudades de Occidente nos arrastran. Después de beber el último sorbo de agua caliente con sabor a hoja de menta, dejó la lata de metal en la agrietada mesa de roble y comenzó a pensar en los senderistas que alguna vez habían tomado algo reconfortante en aquella antigua cabaña. Acarició con sus dedos las rendijas de la mesa, a riesgo de lastimarse,  los filos, astillas y formas grisáceas que deformaban la madera, le invitaban a percibir todas las conversaciones que allí hubieran tenido lugar por parte de los que recorrían el camino. Se sentía uno y todo a la vez con ellos. Aquella mesa era como un sabio trofeo del que enorgullecerse, de las arrugas que nacen en el que acumula años, del que ha escuchado tanto.  

Quedó ensimismado un gran rato, oliendo verde y agua, ni siquiera necesitaba música o hablar con otro. Esa noche estaba tan cansado que no estableció conversación alguna con el resto de compañeros. Los guías, como cada noche antes de echar el telón, se reunían en un pequeño corro, y mantenían charlas en su lengua natal, acompañando con sus musicales voces la tranquilidad del salón. De vez en cuando incluso se podía sobre entender que contaban algún chiste, quizá subido de tono, puede que sobre una turista torpe, o quizá sobre alguna anécdota que hubiera ocurrido en otra expedición. Nadie sabía de qué carajo reían, pero daba igual, porque mientras conversaban estaban regalando al resto de personas  la pieza que faltaba para cerrar el sentimiento de vivir un momento auténtico. Así pues, se quedó allí, oliendo a naturaleza y a la lluvia que caía, como un azote del cielo, y mientras ésta martilleaba las rocas del camino, él se sentía a salvo allí dentro, dándose para sí  el tiempo que nunca había tenido.

El octavo día tocaba a su fin, mitad más uno del total, así que, a pesar de todos los kilómetros que llevaban recorridos y las horas de esfuerzo que iban acumulándose, no lograba conciliar el sueño, notaba cómo la sangre le palpitaba en las plantas de los pies y en los gemelos, y tumbado en la cama, podía contar sus pulsaciones a poco que se concentrara. Fue allí cuando ocurrió. Pum, pum, pum, decía, pensaba, 50, 60, en este minuto han sido 55, creo, a ver si las rebajo, deseó. Ojalá pueda quedarme pronto dormido, mañana me espera un día aún más duro y sin descanso será imposible…pum, pum, pum, pum,…sí, ahora han sido solo 52, qué bien, acertó a decir dentro de su cabeza. Sus pensamientos se iban perdiendo, colándose por un pozo inabarcable de números, de pulsaciones metódicas de soul, ya apenas podía sentirse como tal, distinguirse entre la oscuridad, ser consciente de él mismo, cuerpo y mente, cuando un ruido, un estruendo, lo devolvió al mundo de los vivos. Algo sonó tan fuerte en aquella noche que hasta el sonido de la tormenta se entumeció de timidez.   

miércoles, 25 de febrero de 2015

Ci3rro los oj0s

Cierro los ojos y me observo a mí mismo, con una perspectiva pausada, a distancia discreta, en plano picado. Desde arriba diríamos, puedo verme sentado, confirmar la templanza, el semblante con el que sugiero ideas, metas, objetivos y locuras varias a cumplir antes de la mayoría de edad. Puedo escuchar como suenan propuestas a cada cual más bárbara que la anterior: que si un piercing en la ceja, que si una escapada de fin de semana, que si una borrachera en Benalmádena tras un largo y socorrido viaje en scooter de 49cc. Que si una noche de putas. Desfase multicolor y pueril. Los dieciocho solo se cumplen una vez. Tengo quince, lo sé porque mi pelo es largo, desde mi altura es evidente el pupitre, verde lima, y mi estuche de tela, lleno de pinceladas de Tipp-Ex que nombran compañeros de clase, puedo verificarlo desde arriba, en ese perfecto plano picado, y dispongo por delante de tres largos años para planear lo que será mi perfecto adiós a la vida juvenil. No hace falta que me esfuerce en mi memoria para situarme en lo que fue ese día, esa noche, aquel martes de febrero que fue celebrado por todo lo alto, lo que daba de sí un día de diario, en una nave propiedad de un amigo, que no conocía tres años atrás, con una novia, que no tenía dos semanas antes. Las cosas de los planes, la imprevisión del destino. Animales de proyecciones somos, titulares de lo abstracto, nos dedicamos a visionarnos en el futuro, a implantarnos frutos a conseguir, cimas por lograr, y no hacemos sino en muchas ocasiones esclavizarnos de logros que nos harán dueños de la derrota, si perdemos, o de la desazón, si ni siquiera lo hemos intentado. Y qué hacemos entonces sin ello, no tendríamos el motor para vivir, dirás tú, sin esas proyecciones no podremos continuar, qué sería del ser humano sin los sueños. Otra cosa, probablemente otro ser vivo, distinto, que no se levantase con el ímpetu cada mañana a trabajar durante ocho horas para ver un fruto que puede suceder o no, que está ahí, que no controlamos, que no manejamos porque solo somos títeres en las manos de Morfeo, cuyas fuerzas estrepitosas no penetran en la verdadera fuerza de nuestro futuro: las elecciones que asumimos.
Cierros los ojos y no me cuesta encontrarme a mí, rodeado de nuevas personas, ninguna de ellas estaba en mis dieciocho pero algunas sí en mis diecinueve, sin embargo ahora no es mi cumpleaños el que se celebra, es el de otro nuevo amigo, en la actualidad un hermano, quién iba a decirlo, es su treinta cumpleaños y estamos disfrazados humilde y ridículamente, con cuatro harapos entre todos haciendo como si fuéramos hawaianos, pero no lo somos porque, claro, somos españoles, hueteño en mi caso, y es un día importante porque es el primer miembro de este reciente, más tarde disuelto grupo, que entra en la nueva década. Seguramente él, granadino de nacimiento, admirado del pueblo, cargado de convicciones, intelecto de corazón, no se imaginaba aquel día en un tiempo atrás tal y como se desarrolló, rodeado de esas personas y de esa temática. Pero así fue.
Ya no hace falta que entorne los ojos, pesan y caen solos, no es necesario que ventile y deje en la oscuridad más absoluta la córnea verde que monopoliza mi órgano visual, que pliega los párpados para proteger mi perspectiva. No hace falta porque de por sí están cerrados, voy volando, pasando de punta en punta unos, otros y a otros cuantos no tanto, aquellos a los que no me interesa ver, porque ya que vuelo soy yo el que decide qué visitar, viendo caras y gestos, risas, recordando palabras y respuestas, ahora tengo dos enormes globos dorados, estoy en el cumpleaños de otro amigo que fue mucho y ahora es nada, quién iba a decirlo, le estoy sosteniendo dos globos, uno con un tres y otro con un cero, ambos, cómplices, nos tronchamos, mientras hacemos botellón con más gente, con familia, tragando helio y poniendo voces de gnomo drogado, y menos de medio año después no puedo sostenerle nada mientras le miro, confundido, porque nuestra amistad pesa menos que dos globos dorados.
Salto por este torrente de recuerdos que me golpean y se van, fotografías que volverán a golpearme cuando menos lo espere, sin consultar si vienen bien o no, las pisadas de cada cual quedan grabadas en la arena y ahí permanecerán para siempre, para cuando uno quiera comprender cómo de arduo era el terreno por el que anduvo. Puedo ver más gente haciendo la misma edad simbólica, veo a mi hermana recibiendo una fiesta sorpresa, sintiendo la felicidad y recibiendo el cariño de personas que poco después se han movido en su vida como Vito que pasa por encima de un tablero de ajedrez, todos desplazados, algunos caídos, otros cambiados de posición, pero sin lugar a dudas el conjunto individualista se ha transformado en otra situación, en pequeñas partidas propias de ajedrez. Veo a una amiga celebrando su fiesta en Granada la entrada en la famosa edad adulta neo moderna, puedo ver a otro amigo, triunfalista en las relaciones, cómo pasa su día no haciendo nada, en la más absoluta tranquilidad solitaria.
Aquí, con los ojos cerrados, todo es más cercano. Aquí, en el día de mi treinta cumpleaños puedo verme, con los ojos apagados, escribiendo palabras en un Word sin venir a cuento, sin saber por qué, ni con qué intención ni fin. Juraría que se encienden solas en el ordenador, que brotan una a una con un tinte de locura fluidez. Puedo verme sentado, pulsando teclas, y a la vez de pie, caminando por dos filas de personas que han aparecido en mi vida y me esperan para darme un gesto de complicidad, para estrechar su mano con las mías, la totalidad me resulta familiar, camino por ese pasillo, la cámara me acompaña con un travelling, variando la posición de su eje horizontal, mientras contemplo sus caras y una sensación de comodidad inunda mi ser, me siento protegido. Con firme seguridad cada uno con sus planes inacabados, sus derrotas y aciertos, sus giros de guión, giros del escrito que no está aún escrito para ellos, que nace de las decisiones que les hayan derivado los caminos más inciertos del planeta al cortar el cable azul en lugar del verde. Hoy, en el día de mi treinta cumpleaños, aquí me veo, con los ojos cerrados, queriendo describir que no hay nada que se puede planificar, que todo actúa con nuestros movimientos, cada decisión repercute en la siguiente parada. Ya puedo verme, sí, no tengo que esforzarme en demasía, con los ojos cerrados, ahora, ya puedo verme a mí mismo cerrando los ojos, entornando suavemente los párpados, recordando aquello que hice en mi treinta cumpleaños, cuáles fueron las celebraciones de cumpleaños que más me impactaron, y sintiéndome nostálgico, una vez más, porque ahora tengo cuarenta, es el veinticinco de febrero de dos mil veinticinco, y pienso que he elegido en esta década, he tomado caminos, he cortado cables, algunos erróneos, otros no, todos me hicieron crecer. He vivido.

viernes, 6 de febrero de 2015

Física, sencilla y maravillosa

La Física es maravillosa

Hammer vs Feather - Physics on the Moon: http://youtu.be/KDp1tiUsZw8

Hace tiempo tuve que dejar de disfrutarla, de intuir efectos a partir de sus causas, tuve que elegir entre aprender o aprobar...

martes, 14 de octubre de 2014

Hora de aventuras

Hasta hoy no tenía ganas, no había vuelto a buscar la aventura con interés, me sentía cansado, ha sido un verano largo, intenso, lleno de actividad dentro y fuera del trabajo. Estrés. Mucho. Estar además estrenando casa no anima a abandonarla por un tiempo, antes al contrario, piensas que quieres pasar en ella el invierno. Entero. Y más cuando estás esperando el sofá nuevo, ¿ahora que llega me voy a ir? ¿después de tres meses en una butaca de madera voy a renunciar a sus cojines, su firmeza, su suavidad, su comodidad? Tampoco me motiva que cada día me encuentre el mismo mensaje en la nota de tareas domésticas pendientes que siempre hay encima de la mesa: "P.D. Mira el viaje". Y hace que el viaje se convierta en una obligación y no lo miro porque las obligaciones no me gustan y busco la excusa para autoengañarme y escaquearme. Y hasta que no tengo las vacaciones encima no lo miro, más por deber que por placer. En realidad soy así para todo, procrastinador, necesito sentir la presión de un plazo que se acaba para ponerme manos a la obra. Pero ya me he puesto, y ya estoy entusiasmado y revisando los planes que ha empezado a hacer Vane y mirando vuelos y haciendo cuentas y agobiándome porque lo quiero ver todo y no hay tiempo y soy un inconformista y un fatigas para estas cosas, siento que fracaso si me dejo un camino por recorrer, una vista por disfrutar, una foto, mala porque soy un fotógrafo terrible, por hacer. Y ajusto el tiempo al límite, saldría volando nada más acabar el último día de trabajo y volvería para aterrizar en la silla delante de mi ordenador el lunes a las nueve y continuar trabajando como si nada, un correo, un servlet, una llamada, un bug, un bucle, una reunión, diez mil líneas de código más... aunque el viaje de vuelta me haya costado 40 horas de vigilia. Lo importante es alargar la aventura, estirarla a más no poder. Levantarse al alba y no parar hasta entrada la noche. El tiempo no tiene precio. El dinero viene, va, se gana, se pierde, se recibe, se da. El tiempo se va o se pierde. Siempre negativo, nunca positivo. No hay entonces tiempo que perder, ya se pierde él solito. Además espero que este viaje sea muy especial, quizás el primero en el que no vamos solos Vane y yo. Y estoy muy ilusionado. Ya no importa nada más, ni casa, ni sofá, ni comodidad, ni nada. Sólo aviones, hoteles, buses, vacunas, comidas, trenes, mochilas, mapas, fotos. Libertad. Hora de aventuras ya llegó.

Her (Spike Jonze, 2013)

 
 
 
"- Sabes, a veces siento que ya he sentido todo lo que voy a sentir jamás. Y de aquí en adelante nunca voy a sentir algo nuevo. Solo versiones más pequeñas de lo que ya he sentido.
- Sé que eso no es verdad. Te he visto sentir. Te he visto maravillarte de las cosas. Digo, puede que no lo puedas ver en este momento. Pero es entendible. Has pasado por mucho últimamente. Perdiste una parte de ti mismo. Digo, al menos tus sentimientos son reales."
 
"- ¿Cómo compartes tú vida con alguien?
- Nosotros crecimos juntos. Solía leer todo lo que escribía en su maestría y doctorado. Ella leía cada palabra que yo había escrito. Nos influenciábamos el uno al otro.
- ¿Y en que la influenciabas a ella?
- Ella venía de un lugar donde nada era lo suficientemente bueno. Y era algo que la afectaba mucho. Pero en nuestra casa juntos, había una sensación de intentar cosas, y permitirnos fallar y emocionarnos por las cosas. Era algo liberador para ella. Era emocionante verla crecer... ambos crecimos y cambiamos juntos. Pero, esa es la parte difícil... crecer sin distanciarse. O cambiar sin asustar a la otra persona. A veces todavía tengo conversaciones con ella en mi mente. Repasando viejos argumentos o defendiéndome de algo que dijo sobre mí."
 
"- El pasado es solo una historia que nos contamos a nosotros."
 
"- Sabes que puedo sentir el miedo que cargas. Y desearía que hubiera algo que pudiera hacer para ayudarte a librarte de él, porque si pudieras, ya no te sentirías tan solo."
 
"Querida Catherine. He estado sentado aquí pensando en todas las cosas por las que quiero disculparme. Todo el dolor que nos causamos mutuamente. De todo por lo que te culpé. Todo lo que necesitaba que fueras o dijeras. Lamento eso. Siempre te amaré por qué crecimos juntos. Y me ayudaste a ser quien soy. Solo quería que supieras que siempre habrá una parte de ti dentro de mí. Y estoy agradecido por eso. En quien sea que te conviertas y donde sea que te encuentres en el mundo te envió mi amor. Eres mi amiga hasta el final. Con amor, Theodore. Enviar."

jueves, 24 de julio de 2014

Las palabras son así

"Las palabras son así, disimulan mucho, se van juntando unas con otras, parece como si no supieran adónde quieren ir, y , de pronto, por culpa de dos o tres, o cuatro que salen de repente, simples en si mismas, un pronombre personal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y ya tenemos ahí la conmoción ascendiendo irresistiblemente a la superficie de la piel y de los ojos, rompiendo la compostura de los sentimientos, a veces son los nervios que no pueden aguantar más, han soportado mucho, lo soportaron todo, era como si llevasen una armadura, decimos. La mujer del médico tiene nervios de acero, y resulta que también la mujer del médico está deshecha en lágrimas por obra de un pronombre personal, de un adverbio, de un verbo, de un adjetivo, meras categorias gramaticales, meros designativos, como lo están igualmente las dos mujeres, las otras, pronombres indefinidos, también ellos llorosos, que se abrazan a la de la oración completa, tres gracias desnudas bajo la lluvia que cae..."

José Saramago, Ensayo sobre la ceguera.

lunes, 21 de julio de 2014

Peugeot o Audi

El municipal se dirigió a la terraza mientras levantaba la mano a modo de saludo y preguntó:
- ¿Es vuestro un Peugeot 205 que hay aparcado...?
Antes de que terminara ya estábamos negando con la cabeza así que no acabó la pregunta, hizo una mueca con la boca y movió la mano como pidiendo disculpas por la molestia y dando las gracias a la vez y se dio la vuelta. En esto salió Rubén por la puerta del bar y nos dijo bromeando:
- A ver si se nos va a llevar el coche la grúa.
- Pues no te creas, ha preguntado por un Peugeot no se qué.
- Ah, - y ya se iba pero se le notó dudar, se paró y dijo: ¿Peugeot o Audi?
No se puede ser más tonto.

viernes, 24 de enero de 2014

Eran las ocho

Eran las ocho de la tarde cuando se decidió a soltar la voz. El día estaba lleno de horas y momentos, pero era ese justo, el de las ocho, el que esperaba desde que tomaba algo de conciencia al levantarse temprano, como acostumbraba cada mañana. La aproximación a esa hora le ponía tan nervioso que solía estremecerse al pensar en la posibilidad de perder la única oportunidad de lo poco que podía aspirar. Compartir treinta minutos de su aliento, cuarenta quizá, era el mejor regalo. Era por lo que merecía la pena seguir adelante. Si perdía ese tren también perdería la razón hasta que cayera el sol, hasta que despertarse y tomase algo de conciencia en la madrugada del día siguiente, bien temprano, como acostumbraba cada mañana. Y ahora eran las ocho. A veces esperaba, resguardado en lo poco que quedaba de fuerza, a que fuera ella quien iniciase la proposición. A veces, todas, cuando ella aún no había terminado su trabajo, él aguantaba unos minutos con el ordenador apagado y el alma encendida, mirando el monitor, fundido al negro, con la mesa limpia de papeles y sufriendo minutos de incertidumbre en los que solo veía su propio reflejo en el cristal, sin engaños, su rostro en la oscuridad más infinita, en la soledad que le acechaba. Quedaba absorto, solo por segundos, del miedo que le procesaba una respuesta negativa. Camino en un alambre que tensa otra persona, he de tener coraje y vencerlo, pensó, así que después de todo, esa tarde se decidió a soltar la voz y precipitarse al vacío de las preguntas con respuestas de batalla. ¿Sales a pasear hoy? Alzó él, escondiendo su mirada, intentando disuadir la pasión que le invadía. Ella, tras un respingo en el asiento, se acicaló su media melena acomodánsosela hacia un lado de su espalda, dejando entrever parte de su hombro izquierdo. Le miró y esbozó una sonrisa tranquila, entornando sus ojos almendrados, pausados, felices. Contestó sí. Y la luz iluminó la sala.

miércoles, 22 de enero de 2014

Ellos ya no eran uno y uno

Dónde y cuándo sucedió era fácil de recordar. La situación en sí, de cómo llegaron a eso, mucho más. Aún así no conseguían dilucidar qué motivó aquella metamorfosis, qué brote de circuitos eléctricos, de pensamientos, de energía en definitiva, hizo que de repente sintieran la calidez de lo cercano, de lo que te pertenece. Ellos se habían mirado una eternidad de veces antes de eso. Como si el tiempo les pusiese a prueba, jugando con ellos, simples marionetas del destino, dejando que la indiferencia de la vida cotidiana los fuera aupando, para que luego el golpe fuera hondo. Para que luego algo hiciera crack. Crack, crack, y todo cambió. Dejaron atrás la multitud que los rodeaba y comenzaron a volar, frente a frente, rozándose con los ojos. No pudieron dejar de pensar en ello, en el otro, en el miedo de dejar que el agua corra, del sufrimiento colateral. Porque cuando pasó eso ambos dejaron de ser lo que eran. Ya no eran uno y uno.

viernes, 29 de noviembre de 2013

¿Te acuerdas del día que quedamos...

Recuerdo aquella vez cuando aún lo teníamos casi prohibido, las primeras veces, ¿te acuerdas?, pues habíamos quedado, o casi, porque para ti estaba claro pero yo había dejado una repuesta ambigua aposta, esperando que la captaras o que se te enfriara el ánimo y te rajaras, igual que yo, y que nada pasara y todo quedara igual, como si no hubiéramos hablado de ello porque yo no es que me muriera de ganas y encima me daba una especie de reparo, vergüenza y miedo pedir permiso y tener que pasar por el mismo interrogatorio de las últimas veces y no saber qué decir sólo que quería hacerlo y ya. Y todo para algo incierto, nuevo eso sí, pero que nunca sabíamos si iba a resultar bien o si por el contrario hubiera merecido más la pena quedarnos en la placeta con éstos. Encima estaba el dinero, que nunca nos sobraba. Decidí ignorar nuestra conversación o más bien esperar a que mis dudas hubieran calado también en ti en lugar de haberte dicho que no directamente con ese miedo mío a quedar mal o a negarle algo a un amigo. Pensé que el paso de los minutos arreglaría el entuerto y no pasaría nada, tu no aparecerías a la hora convenida, te habrías hecho el sordo, como yo, y hasta mañana. Y te vi llegar, ¿te acuerdas?, dando grandes y furiosas zancadas con tus vaqueros gastados y aquellas Fila rojas de siete leguas que tanto se llevaban entonces, ¿y cuando fuimos juntos a comprarlas a aquella tienda medio escondida por allí por la calle Alhamar? Y verte llegar paré el juego y me quedé con el balón bajo el brazo esperándote, sudado y sin preparar ¿cómo iba a estar preparado para algo que no quería ni esperaba hacer?, y llegando delante de mí, aún sin pararte sino mientras dabas el último paso me gritaste ¡Mierda!, delante de todos, y al apoyar el pie tras ese paso diste la vuelta y te fuiste por donde habías venido igual, con las mismas zancadas, las que sólo dabas cuando tenías prisa o te cabreabas, como un coche de juguete de esos que chocan con una pared y cambian de dirección sin titubear, así, ¿te acuerdas? Fue la única vez que no estuvimos de acuerdo en algo o que discutimos. Y aún me acuerdo.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Hungry Jack's

Adivina quién se esconde bajo el pseudónimo de Hungry Jack's en Australia


domingo, 17 de noviembre de 2013

sábado, 11 de mayo de 2013

Extremadura pertenece a Murcia

- Pues por allí estuve trabajando un tiempo...
- Ah...
- Por ahí por Extremadura...
- Pero Extremadura ya no es Andalucía, eso está más pallá...
- Sí, bueno, eso ya pertenece a Murcia...
- Ahí está.

miércoles, 16 de enero de 2013

La anciana no estaba

Cuando salí del ascensor en el -1 lo primero que vi en la oscuridad de la pequeña estancia que me separaba del garaje fue el carro de Mercadona que usamos los vecinos para subir los mandados cada vez que vamos a la compra, aunque nosotros lo usamos más como portamaletas cada vez que vamos o venimos de algún sitio. De la puerta de acceso entraba la luz pálida de los tubos fluorescentes y al mirar vi pasar un coche azul marcha atrás, me pareció un audi, y en su interior pude distinguir la figura del conductor y la de un niño en el asiento del copiloto. Algún vecino que tiene el trastero bastante lejos de su plaza, pensé. Me dirigí a mi coche y tras acomodarme en él empecé a buscar entre los cedés que guardo en el compartimento del apoyabrazos. Buscaba un cedé blanco, sin inscripciones, uno concreto entre los cinco o seis que tengo que concuerdan con esa descripción. En realidad acertar con el que quiero de entre ese grupo de objetos exactamente iguales y mezclados con otros parecidos es pura suerte, aunque con esa memoria que desarrollamos los que no vemos bien para instintivamente alargar el brazo sin pensarlo hacia un objeto que no vemos pero sabemos que está ahí porque lo dejamos distraídamente hace un tiempo, la probabilidad de acierto aumenta y se puede decir que no es suerte sino saber lo que se hace, y convencido de que había acertado saqué un cedé blanco de la parte superior de la baraja de cedés apilada en su tambor. Devolví el tambor al reposabrazos y al levantar la cabeza me di cuenta de que una anciana pasaba andando despacio por delante de mi coche en dirección a la salida. Era ella, y no un niño, la que había visto sentada en el coche azul. Menuda y encorvada, con el pelo corto, negro, y ropa oscura. Lo normal en una vieja, vaya.  Del brazo derecho doblado en ángulo recto le colgaba una bolsa de plástico blanca que no debía pesar mucho y me recordó a mi abuela y a la bolsa de plástico en la que siempre había un ovillo de hilo blanco, agujas de hacer croché y la tarea iniciada. Metí el cedé en el reproductor y en un instante la pantalla me chivó que el contenido eran mp3s, vamos bien, un segundo más tarde la música salía por los altavoces y pude confirmar que había dado en el clavo. Subí el volumen, moví el asiento hacia atrás, me puse el cinturón, pisé el embrague y pulsé el botón de encendido, entonces cambié la posición de los espejos para ajustarlos a la mía, y tras todo este ritual, ya estaba listo para irme. Al llegar a la espiral que comunica las dos plantas de aparcamientos con la salida en un nivel intermedio, vi que la anciana se estaba aproximando a la puerta, apenas unos metros la separaban de ella. Pensé que esto era genial porque así no iba a tener que molestarme en abrirla yo mismo. Maniobré para entrar en la espiral y al recorrerla perdí de vista a la mujer y a la puerta durante un par de segundos. O menos. Pero cuando me encontré frente a la salida la puerta no se había abierto. Y la anciana no estaba.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Washuguarugüí

- Is it true that people in Spain listen to music in English and they don´t understand anything?
- Yes, I do it since I´m a child.
- But if you don´t understand what they are saying, how can you like it?
- The voice is like another instrument, you don´t need to understand, you like the sound, the melody,...
- And they also pretend to sing and invent the lyrics?
- Yeah! Don´t you do the same in your country?
- No! That´s stupid!
- It´s not, it´s very funny.
- How is that possible? I can´t believe it.
- No? Listen to this: ichufaino chaunchaun...!!!

lunes, 9 de julio de 2012

El pitillo

- ¿Va a salir ya o me da tiempo a fumar?
- Un mi...
- Es que lo llevo adelantado...-interrumpe mientras mira el reloj nerviosa y alarga el brazo hacia el chófer.
- Un minuto le queda.
Sin esperar más levanta el brazo izquierdo, bajo el que lleva un bolso ovalado de asas cortas, y tras abrir la cremallera rebusca en su interior durante un segundo para sacar un paquete de Chester y un mechero. Se pone un cigarro en la boca, lo enciende y aspira fuerte para dar una calada larga, la cabeza al cielo y los ojos cerrados. Se traga el humo y abre los ojos. La segunda calada es igual de larga pero ya no busca la sensación de la primera. Da una tercera mientras saca la cartera del bolso, satisfecho el deseo, aplacado el duende del vicio, templados los nervios, sólo quiere aprovechar al máximo el pitillo una vez encendido pero por un motivo menos hedonista y más económico. Con la cartera en una mano coge el cigarrillo con la otra, lo tira al suelo y lo aplasta con la punta del zapato.
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