Imagen tomada de Wikimedia Commons http://commons.wikimedia.org/wiki/File%3AJSJoseSaramago.jpg [CC-BY-2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0) |
Bueno, que me desvío. El primer libro de Saramago que leí fue "El Evangelio según Jesucristo", hace bastante ya de esto, durante mi adolescencia, y lo leí simplemente porque lo encontré en la estantería de mi casa y en ese tiempo leía todo lo que pillaba, casi como en todas las etapas de mi vida, vaya. Aún no conocía a Saramago, no lo busqué. La encuadernación del libro, si no me falla la memoria y no se mezclan las imágenes con otras que hayan poblado las estanterías de la casa de mis padres, era amarilla y bajo el título estaba dibujado el Hombre de Vitrubio. No puedo decir que su lectura me impactara o que significara un antes y un después en mi vida o en mi manera de ver o sentir la religión, ni siquiera puedo decir que fuera el principio de mi admiración por su autor. No. Y esto es así porque sinceramente apenas me acuerdo de qué iba. ¡Claro!, iba de Jesucristo, contaba su vida desde otro punto de vista, humanizándolo, como si fuera la historia de un hombre y no de un Hombre. Su madre no era virgen, él tampoco murió sin probar la carne, cometió algún que otro pecado propio del común de los mortales,... pero realmente no recuerdo el argumento. Si Saramago lo describe como un falso profeta o como un loco o como un revolucionario. Así que este Evangelio no logró "convertirme".
Luego le dieron el Nobel, en 1998, y como es normal en estos casos, su popularidad subió como la espuma y a mí ya empezaron a rondarme en la cabeza títulos como "Ensayo sobre la ceguera" o "Todos los nombres". Me llamaban muchísimo la atención. Qué títulos tan curiosos. Y Saramago empezó a salir en la tele de vez en cuando. Y a mi me iban pareciendo interesantes las cosas que decía este hombre y cómo las decía. Pero tenía tanto que estudiar y tanto por leer en esa época que a la hora de elegir en la biblioteca siempre me decantaba por otros. "El guardián entre el centeno", "American psycho", "El señor de las moscas",... Miguel Delibes, Antonio Muñoz Molina, Eduardo Mendoza,... Hasta que bastantes años después, en 2007, la Junta de Andalucía le concedió el título de Hijo Predilecto, y ahí estaba yo, el Día de Andalucía viendo en Canal Sur la gala de entrega de las Medallas de Andalucía cuando sale este hombre, con 85 años, y se inventa sobre la marcha un discurso de 20 minutos en una lengua que no es la suya. Habla de Andalucía, de los otros galardonados, de los problemas de Europa (aún no había estallado la crisis), de su mujer, de su familia política, se le cae la medalla al suelo y suelta un chascarrillo...
¡Ya está bien! Tengo que leer algo suyo cuanto antes. Y así es como fui corriendo como un loco a por "Las intermitencias de la muerte". Y no me decepcionó. Después vineron "Todos los nombres", "Ensayo sobre la lucidez",... Y me encantaron todos. Lo que más me fascina no son las historias que cuenta, que también, sino cómo las cuenta. Mientras estás leyendo sientes algo especial, percibes que la persona que ha escrito esas palabras debe de ser muy inteligente, un genio. Es como cuando deducen el enorme coeficiente intelectual de Goethe o Kant o Newton o Gauss a partir del análisis de sus obras. Con Saramago se podría hacer lo mismo y estoy seguro que el resultado estaría a la altura del de los anteriores. Con pocos, muy pocos autores, o ninguno, he tenido una sensación similar. Cada libro es una historia, la muerte deja de matar, un funcionario aburrido busca a una mujer, en un país todos se quedan ciegos, la Península Ibérica se separa de Europa,... lo que sea, historias más o menos sencillas, tampoco es para tanto, pero la historia no es más que una excusa para transmitirte o llevarte hacia un pensamiento, o a una forma de ver las cosas, o mejor aún, para hacerte pensar a tí. Y las palabras que emplea, su prosa, su estilo, son el vehículo que transporta esas ideas hacia tu mente. Porque la misma historia contada por otro cualquiera o de otra manera sería mucho más simple, la muerte deja de matar, un funcionario aburrido busca una mujer, en un país todos se quedan ciegos, la Península Ibérica se separa de Europa,... y nada más. Así que leer a José Saramago implica una doble dimensión de la lectura, no sólo estás leyendo sino que al mismo tiempo tu cerebro, en un proceso paralelo, está reflexionando, creando nuevas ideas, recolocando los muebles, aprendiendo desde dentro, porque la lección o la doctrina no está en el libro, en el libro está la semilla necesaria para que ese conocimiento surja de tu interior. A la manera en que Sócrates enseñaba a sus discípulos, Saramago no trata de adoctrinar, sino de hacer pensar. Sus libros son clases de filosofía. Como consecuencia de esta doble actividad cerebral a veces aparece el agotamiento. Reconozco que hay páginas y pasajes que, por densos, por la desenfrenada actividad de mis neuronas, me agotan, se me hacen pesados y tengo que parar al menos un rato. Como cuando estás estudiando. Especialmente cuando se acumulan las paginas sin que aparezcan el fino humor o la ironía con las que a menudo parece que trata de quitar hierro al asunto tratado. O de dar un respiro al lector. Pero el "esfuerzo" merece la pena, hay una doble recompensa, el placer de la lectura es la primera e inmediata y es el camino hacia la segunda y más importante, conocer un poco más de ti mismo y del mundo que te rodea.
Yo pretendía hablar sobre "Caín", el último libro de José Saramago y el último que me he leido, pero creo que me he pasado con la "introducción" así que lo dejaré para otro día. Mientras ese día llega, no dejo de recomendar su lectura porque "Qué diablo de Dios es éste que, para enaltecer a Abel, desprecia a Caín".
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