miércoles, 25 de febrero de 2015

Ci3rro los oj0s

Cierro los ojos y me observo a mí mismo, con una perspectiva pausada, a distancia discreta, en plano picado. Desde arriba diríamos, puedo verme sentado, confirmar la templanza, el semblante con el que sugiero ideas, metas, objetivos y locuras varias a cumplir antes de la mayoría de edad. Puedo escuchar como suenan propuestas a cada cual más bárbara que la anterior: que si un piercing en la ceja, que si una escapada de fin de semana, que si una borrachera en Benalmádena tras un largo y socorrido viaje en scooter de 49cc. Que si una noche de putas. Desfase multicolor y pueril. Los dieciocho solo se cumplen una vez. Tengo quince, lo sé porque mi pelo es largo, desde mi altura es evidente el pupitre, verde lima, y mi estuche de tela, lleno de pinceladas de Tipp-Ex que nombran compañeros de clase, puedo verificarlo desde arriba, en ese perfecto plano picado, y dispongo por delante de tres largos años para planear lo que será mi perfecto adiós a la vida juvenil. No hace falta que me esfuerce en mi memoria para situarme en lo que fue ese día, esa noche, aquel martes de febrero que fue celebrado por todo lo alto, lo que daba de sí un día de diario, en una nave propiedad de un amigo, que no conocía tres años atrás, con una novia, que no tenía dos semanas antes. Las cosas de los planes, la imprevisión del destino. Animales de proyecciones somos, titulares de lo abstracto, nos dedicamos a visionarnos en el futuro, a implantarnos frutos a conseguir, cimas por lograr, y no hacemos sino en muchas ocasiones esclavizarnos de logros que nos harán dueños de la derrota, si perdemos, o de la desazón, si ni siquiera lo hemos intentado. Y qué hacemos entonces sin ello, no tendríamos el motor para vivir, dirás tú, sin esas proyecciones no podremos continuar, qué sería del ser humano sin los sueños. Otra cosa, probablemente otro ser vivo, distinto, que no se levantase con el ímpetu cada mañana a trabajar durante ocho horas para ver un fruto que puede suceder o no, que está ahí, que no controlamos, que no manejamos porque solo somos títeres en las manos de Morfeo, cuyas fuerzas estrepitosas no penetran en la verdadera fuerza de nuestro futuro: las elecciones que asumimos.
Cierros los ojos y no me cuesta encontrarme a mí, rodeado de nuevas personas, ninguna de ellas estaba en mis dieciocho pero algunas sí en mis diecinueve, sin embargo ahora no es mi cumpleaños el que se celebra, es el de otro nuevo amigo, en la actualidad un hermano, quién iba a decirlo, es su treinta cumpleaños y estamos disfrazados humilde y ridículamente, con cuatro harapos entre todos haciendo como si fuéramos hawaianos, pero no lo somos porque, claro, somos españoles, hueteño en mi caso, y es un día importante porque es el primer miembro de este reciente, más tarde disuelto grupo, que entra en la nueva década. Seguramente él, granadino de nacimiento, admirado del pueblo, cargado de convicciones, intelecto de corazón, no se imaginaba aquel día en un tiempo atrás tal y como se desarrolló, rodeado de esas personas y de esa temática. Pero así fue.
Ya no hace falta que entorne los ojos, pesan y caen solos, no es necesario que ventile y deje en la oscuridad más absoluta la córnea verde que monopoliza mi órgano visual, que pliega los párpados para proteger mi perspectiva. No hace falta porque de por sí están cerrados, voy volando, pasando de punta en punta unos, otros y a otros cuantos no tanto, aquellos a los que no me interesa ver, porque ya que vuelo soy yo el que decide qué visitar, viendo caras y gestos, risas, recordando palabras y respuestas, ahora tengo dos enormes globos dorados, estoy en el cumpleaños de otro amigo que fue mucho y ahora es nada, quién iba a decirlo, le estoy sosteniendo dos globos, uno con un tres y otro con un cero, ambos, cómplices, nos tronchamos, mientras hacemos botellón con más gente, con familia, tragando helio y poniendo voces de gnomo drogado, y menos de medio año después no puedo sostenerle nada mientras le miro, confundido, porque nuestra amistad pesa menos que dos globos dorados.
Salto por este torrente de recuerdos que me golpean y se van, fotografías que volverán a golpearme cuando menos lo espere, sin consultar si vienen bien o no, las pisadas de cada cual quedan grabadas en la arena y ahí permanecerán para siempre, para cuando uno quiera comprender cómo de arduo era el terreno por el que anduvo. Puedo ver más gente haciendo la misma edad simbólica, veo a mi hermana recibiendo una fiesta sorpresa, sintiendo la felicidad y recibiendo el cariño de personas que poco después se han movido en su vida como Vito que pasa por encima de un tablero de ajedrez, todos desplazados, algunos caídos, otros cambiados de posición, pero sin lugar a dudas el conjunto individualista se ha transformado en otra situación, en pequeñas partidas propias de ajedrez. Veo a una amiga celebrando su fiesta en Granada la entrada en la famosa edad adulta neo moderna, puedo ver a otro amigo, triunfalista en las relaciones, cómo pasa su día no haciendo nada, en la más absoluta tranquilidad solitaria.
Aquí, con los ojos cerrados, todo es más cercano. Aquí, en el día de mi treinta cumpleaños puedo verme, con los ojos apagados, escribiendo palabras en un Word sin venir a cuento, sin saber por qué, ni con qué intención ni fin. Juraría que se encienden solas en el ordenador, que brotan una a una con un tinte de locura fluidez. Puedo verme sentado, pulsando teclas, y a la vez de pie, caminando por dos filas de personas que han aparecido en mi vida y me esperan para darme un gesto de complicidad, para estrechar su mano con las mías, la totalidad me resulta familiar, camino por ese pasillo, la cámara me acompaña con un travelling, variando la posición de su eje horizontal, mientras contemplo sus caras y una sensación de comodidad inunda mi ser, me siento protegido. Con firme seguridad cada uno con sus planes inacabados, sus derrotas y aciertos, sus giros de guión, giros del escrito que no está aún escrito para ellos, que nace de las decisiones que les hayan derivado los caminos más inciertos del planeta al cortar el cable azul en lugar del verde. Hoy, en el día de mi treinta cumpleaños, aquí me veo, con los ojos cerrados, queriendo describir que no hay nada que se puede planificar, que todo actúa con nuestros movimientos, cada decisión repercute en la siguiente parada. Ya puedo verme, sí, no tengo que esforzarme en demasía, con los ojos cerrados, ahora, ya puedo verme a mí mismo cerrando los ojos, entornando suavemente los párpados, recordando aquello que hice en mi treinta cumpleaños, cuáles fueron las celebraciones de cumpleaños que más me impactaron, y sintiéndome nostálgico, una vez más, porque ahora tengo cuarenta, es el veinticinco de febrero de dos mil veinticinco, y pienso que he elegido en esta década, he tomado caminos, he cortado cables, algunos erróneos, otros no, todos me hicieron crecer. He vivido.

martes, 24 de febrero de 2015

Feast, festival de emociones en menos de siete minutos

 
 
 
Llevaba tiempo hablando del corto que vi el pasado 23 de diciembre, recuerdo bien la fecha porque te envié a ti, un día después, un mail contándote que había vivido una primera experiencia. Había ido solo a ver Big Hero 6 al cine (ganadora antes de ayer del Oscar a mejor película de animación), y al entrar en la sala cuál fue mi sorpresa que las dos chicas que estaban en dentro se salieron antes de que empezaran los anuncios de publicidad, antes, sacrilegio, de recibir el pequeño regalo que Pixar nos ofrece habitualmente antes de emitir la propia película, su corto de animación. Sentirían miedo, supongo. Así pues me encontraba en la sala doblemente solo, algo que no importa un carajo en el post que estoy escribiendo pero que ayuda a que tú también hagas memoria y relaciones que te hablé en algún momento de esta última navidad de dicho corto, Feast, Buenas Migas en la traducción al español. Oscar al mejor corto de animación. 
 
Es difícil tener acceso a los cortos, sean de lo que sean, de animación, nacionales o documentales. Difícil probablemente porque las distribuidoras ponen más trabas que ayuda, ganas, no vale la excusa de que no hay cultura de cortos, que estamos más acostumbrados a los largometrajes. Si no hay cultura de cortos se hace, se trabaja. Se coge algún mes previo a la celebración de los Goya, Cesar, Oscar, Bafta, que ya se sabe quienes serán los nominados, y se promueven en las salas de cine proyecciones de cortos gratuitas. O se cuelgan en la red con acceso público durante un determinado número de días, o en tv, qué sé yo, que no entiendo cómo actúa la industria cinematográfica, que por otro lado me pregunto cómo puede estar perdiendo el filón de los cortos y no hacer dinero, y no hacer nada. Algo. A poco que hagan será más que la pérdida de obra cultural que se va al garete cada año, pues a cualquier ciudadano le será inaccesible, por mucho que busque formas, ver algún cortometraje de los que aparecen nominados en los grandes certámenes del cine internacional. Seguramente sea más beneficioso facilitar el visionado a la mayoría de la población que todo ese trabajo se vaya al traste. En muchas ocasiones verdaderas maravillas, más originales, arriesgadas y brillantes que sus hermanos mayores en duración.  
 
A todo esto, que me se me va el tema, te dejo el enlace aquí para que puedas, si tienes siete minutos, menos de siete minutos, disfrutar de lo bueno de los cortos, en un plis plas te emocionan, te hacen volar, caer, reír, sentir y llorar. Eso es Feast, que nos cuenta, a través de los ojos de un animal, cómo evoluciona la vida de su dueño.
 
 
 
 
 

lunes, 23 de febrero de 2015

Boyhood, Birdman. Originalidad, genialidad.


 
Vaya por delante que adoro ambas películas, sobre todo por el riesgo que asumieron, y que el título del post no vincula estrictamente a cada una con el término que viene seguido del punto y seguido, valga la redundancia. Ayer transcurrió la gala de los Oscars número 87 y he de decir que estoy de enhorabuena, por los resultados y por las nominadas en sí, que el cine en general está de enhorabuena, este año ha venido cargado de cintas de calidad, diferentes, casi de autor, si puede utilizarse esa expresión en las alturas donde se mueve Hollywood, y que, sin alargarme por falta de tiempo, voy a expresar pequeñas diferencias que pueden haber entre las dos claras favoritas para alzarse con el Oscar más importante de la noche, a la postre obtenido por Birdman.
 
Es curioso como cada año nos llegan películas, ya sabemos, de acción, tiros, fuego, derrapes, amor, simulaciones de comedia que no hacen reír ni al más absurdo de los mortales, simulaciones de terror que no hacen gritar ni al fan más acérrimo de Auryn, y un largo etcétera de films que ya sabemos de antemano qué nos van a contar y cómo nos lo van a contar. Digo que es curioso porque en este acabado 2014, justo en el mismo año, se emitieron dos películas que rompían los esquemas narrativos a los que estamos acostumbrados, que innovaban, ofrecían al espectador una oportunidad de pagar los tropecientos euros que vale una entrada de cine y quedara sorprendido por lo que tenía ante sus ojos. Novedades a la hora de la filmación, una porque se tomaba 12 años (reales) grabando metraje y la otra porque quería llevar a cabo que su metraje final fuera en un único plano secuencia, una toma emitida del tirón, sin cortes. Y además de eso eran buenas, serias, realizadas con cuidado. Porque uno puedo tener una idea revolucionaria pero luego no saber plasmarla. Doy por hecho que si estás leyendo esto conoces ambas películas, no porque vaya a soltar spoilers, sino porque no voy a resumir el argumento de cada película. Ya me estoy alargando demasiado.
 
Decía lo de plasmarlo. Bajo mi punto de vista hacer una película a lo largo de doce años, tomando pellizcos de una vida, robándole trocitos de alma a sus protagonistas, es una idea jodidamente espectacular. Si las películas se encargan de reflejar instantes y escenas de nuestra vida cotidiana, problemas que podamos tener o hayamos tenido, sentirnos identificados y emocionarnos ante la muestra en el espejo de algo que hemos sufrido, hacerlo durante doce años es regalarnos más de una década de esfuerzo, trabajo, sentimientos, y, repito, vida de una familia entera. Porque Boyhood es sinónimo de vida. Una vida (casi) entera para nosotros. Sin freno, caminamos agarrados a su mano y nos afligimos, con cada suceso que les ocurre, a esa familia que podía ser la nuestra. Un verdadero regalo al cine. Solo por lo que decía, por la ternura que nos despierta, la cercanía, la perspectiva de ver pasar el tiempo, de cómo nos afecta, de cómo nos erosiona y engaña, bien podría merecer Boyhood cualquier premio.
 
El problema es que coincidía con Birdman, la segunda en cuestión, la que fue rodada en un (falseado) único plano secuencia. Seguramente, y seguro dentro de mi aficionada opinión no hay nada, más cerradita que la anterior. Cerradita por los actores, por ejemplo. Las interpretaciones en Birdman son, todas, excepcionales. Keaton, Watts, Stone y para mí, el mejor, Norton, están de sobresaliente. No pueden compararse a Arquette, Hawke y a los niños de Boyhood. Son más viscerales, naturales, llenos de matices. Si hablamos ya de los aspectos técnicos, si pensamos en ello, es precisamente donde más ventaja saca Birdman. Su fotografía y, cómo no, la ejecución de la idea del plano secuencia es perfecta. Acaso no es más difícil realizar una película con tanta precisión que simule la vida durante un par de horas, porque Birdman es eso, una obra de teatro dentro de otra obra de teatro, una rendija que nos permite observar las tropelías que la vida le atiza a su protagonista, o es que acaso no es, decía, más complejo ensartar cada pieza para que encaje y nos embauque que realizar una película a lo largo de doce años. Para mí sí lo es, pero no solo es eso, el cine son sensaciones y me pudo más la sensación placentera de estar ante algo ináudito, siendo tan novedosa Birdman como Boyhood, disfruté más viendo el purgatorio por el que atraviesa nuestro tragi-comediante protagonista.
 
En Boyhood, gracias a Mason, nos hacemos dueños de partes del tiempo durante algo más de una década. Coleccionamos fotos, recuerdos, vivencias. En Birdman somos el tiempo: vigilante, inerte, sigiloso y atento a los vaivenes de la miserable vida de Riggan. A igualdad de ideas el mismo aroma fresco inmerso de originalidad, la diferencia radica especialmente en la genialidad; la genialidad de Iñárritu. Gracias Alejandro.
 

viernes, 6 de febrero de 2015

Física, sencilla y maravillosa

La Física es maravillosa

Hammer vs Feather - Physics on the Moon: http://youtu.be/KDp1tiUsZw8

Hace tiempo tuve que dejar de disfrutarla, de intuir efectos a partir de sus causas, tuve que elegir entre aprender o aprobar...

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