A veces sueño,
incluso despierto, sobre todo despierto, que entro en casa y suena el
teléfono, y descuelgo. O quizá no entro sino que ya estaba allí,
no lo sé, sería extraño que estuviera en casa porque llevo ropa de
calle pero no me veo entrar y tampoco oigo el teléfono aunque sé
que ha sonado porque al momento me veo hablando, escuchando en
realidad. Lo que me cuentan desde el otro lado de la línea da para
una larga conversación, pero en el sueño la llamada dura muy poco,
es igual, la idea está en mi mente, no hace falta más. Tomo aire y
resoplo. Una parte consciente de mi ya sabe que estoy soñando, pero
no quiere parar, no es la primera vez y sé que la experiencia será
placentera, no habrá un mal final o una caída de altura. El
teléfono ya no está en mi mano, estiro los brazos en forma de cruz,
cierro los ojos, echo la cabeza hacia atrás, respiro profundamente
por la nariz y suelto el aire por la boca en un largo soplido. Varias
veces. ¡Sí, sí, sí! Recorro la casa. Salgo a la calle, ya estoy
en el coche, apenas presto atención a la carretera, los ojos
entreabiertos, ni siquiera oigo el motor y no sujeto el volante con
firmeza, sólo apoyo los brazos en él. Paro, me bajo y me veo desde
atrás frente al mar. Me aproximo a la orilla mientras me voy
quitando la ropa, los zapatos, los calcetines, la camisa azul oscuro,
el vaquero,… No es verano, no hace calor, la playa está vacía, el
cielo es gris pero no hace frío, debe ser primavera o más
seguramente principios de otoño. El agua está caliente, como en una
bañera, nado sobre mi espalda y me dejo mecer por las olas. Llego a
una plaza llena de gente, de toda la gente que conozco: aquellos a
los que amo, los que odio, los que me son indiferentes. Me gustaría
poder deshacerme de todos con regularidad, cada cierto tiempo, adiós
a todos, dejar de reconocerlos al verlos y que ellos dejen de
reconocerme a mí, o al menos dejar de verlos, no ver a nadie
conocido, ni vecinos, ni amigos, ni primos, hermanos o padres. No
tener relación con ellos. Luego volver a recuperar sólo a aquellos
a los que realmente he echado de menos y olvidar al resto para
siempre. Conocer gente nueva y vuelta a empezar, otra vez todos al
olvido. Hace poco perdí el teléfono móvil. Cuando me hice con uno
nuevo lo encendí con la esperanza de que estuviera totalmente
limpio, desmemoriado, pero no, ahí estaban la mayoría de ellos, los
dioses modernos se encargan de recordar y persistir lo que uno no
puede retener en la memoria, o no quiere. Me consoló comprobar que
dios no es perfecto y más de uno se perdió por el camino. No los
echaré de menos. Todo el mundo en la plaza está triste, o intenta
aparentarlo, algunos charlan en corros, me miran, se acercan, me
abrazan, lloran en mi hombro, me besan, estrechan mi mano. Yo finjo
también estar triste, aprieto los dientes, no digo nada, pero por
dentro estoy eufórico, feliz, me siento casi libre. No se puede ser
libre mientras se ama a otros o se es amado. Y allí están todos los
que amo y me aman. A mis favoritos me dan ganas de confesarles la
verdad, no os aflijáis, mejor, respirad hondo, sentid este grado más
de libertad, reíd conmigo, dejad a éstos, olvidadlos, están
fingiendo, nos dan igual. Mi madre se acerca compungida con mi hija
en brazos, me la da. No llores, madre, esto es un alivio, así es
mejor, de verdad, créeme. Cierro los ojos, acurruco a la niña en mi
pecho, me doy la vuelta y echo a correr.
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